El torneo olímpico de baloncesto transcurre con una novedad destacada. Una cualidad profesional que ha esquivado cualquier scouting: La ausencia de público y la maravillosa acústica del Saitama Super Arena obliga a los jugadores a dar lo mejor de si mismos como cantantes. Debe ser difícil mantener la compostura durante el himno rodeado de voces tan voluntariosas como desafinadas. A más de uno se le escapa una sonrisa cuando el compañero de atrás se viene arriba durante un crescendo. Convives con él y sabes que la playlist de su móvil va de Anuel a Bad Bunny ¿y ahora qué? ¿se cree Pavarotti?.
Nigeria ha perdido los dos partidos que ha disputado. Desde el siglo pasado, países asiaticos y africanos buscan desesperadamente dar con la tecla que les haga competitivos dentro de la élite del baloncesto 5x5. Todo dios cuenta con 4 o 5 jugadores capaces de meterla en el aro sin mayores problemas pero con muy pocos que no salten a una finta de tiro. Controlan el step-back pero no aciertan en los movimientos sin balón. Te defienden desde la línea de fondo como si mañana se acabara el mundo pero les cuesta descifrar cuándo hacer una ayuda desde el lado débil. Claro que compiten pero me da la sensación que han evolucionado notablemente en algunos aspectos y muy poco en otros.
Italia se agradece. Por lo menos ves algo diferente. Pero aunque su padre haya jugado con él en Cantú, Nico Mannion no es Pierluigi Marzoratti. Tampoco Ricardo Moraschini es Antonello Riva (aunque se parezca).
Creo que fue Ortega y Gasset quién dijo que todos somos hijos de nuestro tiempo. La selección italiana no es ajena al devenir del baloncesto moderno pero se aferra a conceptos clásicos. Así fue capaz de ganar a Alemania y poner contra las cuerdas a Australia hasta que Mannion decidió ser más Patty Mills que el propio Patty Mills.
Estados Unidos ganó un partido incompatible con el horario. Ni el espectador mas valiente pudo pasar del descanso. La sensación con los americanos no debe extrañarnos: si consiguen sacar lo mejor de este grupo, son favoritos, de lo contrario cualquier oponente puede pintarles la cara.
 

 

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